El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

domingo, 4 de octubre de 2015

Mansos

En el verano estuve de visita en una de nuestras comunidades en la ribera de Chapala. La vida, el paisaje, el ritmo, son totalmente distintos al trajín al que estoy acostumbrada. 
Por la tarde llegaron dos chiquillos a buscar a una de las hermanas para su sesión de preparación a los sacramentos. Son dos muchachos que trabajan en el campo, pasan el día entre los corrales y la milpa, y tuvieron pocas posibilidades de estudiar; también quedaron fuera del grupo ordinario de catequesis.  Llegaron montados en su caballo, serios, con su sombrero en la mano. “Venimos a la plática de la confirmación”.
Los dejé con la hermana y me fui a sentar a la terraza, mirando el paisaje precioso de la laguna. Desde la sala llegaban algunas frases sueltas, algo sobre las bienaventuranzas.  De pronto oí con claridad: “¿Entienden esto de felices los mansos?”. Silencio.  “¿Quién es manso?  Por ejemplo, sus animales ¿cómo son cuando son mansos?”  Y en eso, la respuesta clarísima de uno de ellos: se dejan acariciar.
Dejé de oír. Ya no supe cómo siguió la catequesis, porque el “clic” dentro de mí se quedó resonando tan fuerte que ya no hubo espacio para más.  Felices los que se dejan acariciar, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurada si permites que la vida te acaricie. Si te dejas querer. Si dejas que Dios te toque. Feliz aquel o aquella que ha sido acariciado. Será como si la tierra fuera suya. Este mundo, con toda la bondad y belleza que Dios ha puesto en él, puede ser apreciado por los mansos, los que se dejan acariciar.
Clara Malo C. rscj

"¡Esto sí es vida!"

Entre mis hermanas religiosas circula una anécdota que ha llegado a formar parte de nuestro lenguaje común. Hace algunos años, una comunidad consiguió prestada una casa de descanso. Estando ahí en el sol, junto a una alberca y sin nada qué hacer, una de ellas suspiró:  "¡Esto SÍ es vida!". Cuando otra le contestó: "bueno, ¿y lo otro qué es?", la respuesta espontánea fue:  "¡Vida religiosa!"
Desde entonces, cada vez que hay un momento especialmente bueno, vuelve a aparecer la frase: "Esto SÍ es vida...." y sabemos lo que estamos diciendo: el resto de la vida, la rutina, el día a día... no es TAN vida.

Hace unos meses, estando en Roma, tuve una tarde libre y salí a caminar. Los pies me llevaron a la Plaza Navona y me compré un helado para celebrar el fin de semana. La menta deshaciéndose en mi boca, con los pedacitos de chocolate crujiendo, la tarde fresca y soleada, los colores dorados sobre los techos de la ciudad, todo se convirtió en un suspiro que me hizo reír bajito: "Esto SÍ es vida..."  Y de pronto, entendí.

Entendí que mi vida religiosa, toda ella, es y ha sido Vida. Ese helado que me hizo suspirar, fue un instante de mi vida religiosa. De hecho, si mi opción de vida hubiera sido otra, posiblemente no habría estado ahí, en esa ciudad que me encanta.

Esto SÍ es vida... pero también lo fue el tiempo que viví en Xalapa o Nicaragua, riendo y llorando con situaciones muy duras de los niños y familias que acompañé. Las mañanas silenciosas en la terraza de Ayutla, o esos días locos en los que cargábamos despensas para ayudar a los damnificados de la montaña.

Es vida cuando vienen los niños en recreo a pedirme que les cuente historias. Y sí, también es vida la rutina, los pequeños pasos logrados a precio de cansancio.

Mi vida, mi vida religiosa ES vida. Qué bueno recordarlo
Clara Malo C. rscj