El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

domingo, 18 de noviembre de 2012

Si hoy nos escribiera Filipina



Saint Charles, Missouri,  noviembre de 2012
Queridos jóvenes, alumnas, amigos: 
 
Sé que estos días les han hablado de mí, y quiero escribirles personalmente para ponerme en contacto con ustedes. No saben qué alegría me da saber que todavía hay personas con el deseo de ir más allá de lo que conocen. Las misiones fueron el gran sueño de mi vida. Me movía especialmente el deseo de vivir entre los indios de América. Ahí, entre ellos, quería morir.
Claro, muchos de ustedes no me conocen. Yo viví a principios del siglo XIX. En América ese fue el tiempo de los pioneros, en el que los indios eran desplazados de sus territorios para ser llevados cada vez más al oeste. En Francia, donde yo vivía, esa gente y esa tierra sonaban como algo muy lejano...
¿De dónde salió lo de América? Todo empezó cuando oí a un sacerdote hablar de que los indígenas de allá no conocían nuestra fe. ¿Cómo no iba a querer llevarles la noticia de Jesús? ¿Cómo no mostrarles su corazón? Pero la experiencia más fuerte fue la de un Jueves Santo. Ese Jueves me quedé hablando con Dios toda la noche... y una y otra vez se me venía la idea: América.
No quiero hacerles larga la historia. En 1818 me embarqué en el “Rebeca” rumbo a Missouri. Todavía tardé muchos años en cumplir mi sueño: tal vez  no lo van a creer, pero tenía 73 años cuando al fin me fui a vivir entre los Potowatomies. No piensen tampoco que me dediqué entonces a hacer grandes cosas, la verdad es que por más que lo intenté nunca pude aprender su lengua, así que oraba por ellos. Esa fue mi misión. Dicen que los indios me llamaban la-mujer-que-siempre-reza. Es lo más bonito que han dicho de mí.
Muchas veces me desesperaba porque parecía que lo que yo había soñado no se cumpliría. Me entraba inseguridad, me llegué a sentir bastante inútil. Tenía que recordar una frase que usaba mi amiga Sofía Barat: “Valor y confianza”. Paciencia.  Fueron años de esperar para llegar a la tierra de los indígenas. Pero valió la pena.
¿A dónde voy con todo esto? Creo que en el fondo lo que quiero es compartir con ustedes algo de lo que aprendí en mi vida. 
Lo primero tal vez, es que la vida no puede medirse en términos de “éxitos” y “fracasos”. Viéndolo bien, mi vida podría leerse como un gran fracaso: mis sueños se cumplieron en una medida pequeñísima. Y sin embargo, creo que en el fondo lo importante no era “la realización de mi sueño”, sino que de alguna manera colaboré en el plan de Dios. 
        Creo que otro gran aprendizaje fue que vale la pena arriesgarse en la vida. Y no porque nosotros seamos lo máximo. La verdad es que yo nunca me sentí muy segura de mí misma. En estos tiempos en que se usa tanto el tener una estupenda autoestima, creo que lo que a mí me sostuvo fue saber que el Señor iba delante de mí y era mi fuerza. Por eso me atreví a correr tantos riesgos. 
         Otro secreto: se puede vivir con pocas cosas, sencillamente. Si vieran "mi cuarto" en la casa en la que vivía, no lo creerían. En cambio, sí hay que poner todo nuestro esfuerzo para que no haya pobreza injusta. Yo puse todo mi corazón en defender nuestra escuela más pobre, y la posibilidad de ir cada vez más hacia la orilla, cada vez más "abajo". 
         Espero que a ustedes el Señor los ayude a vivir esa libertad que sirve para entregarse a la misión. Que puedan ser personas que se arriesgan, más seguros de la presencia de Dios que de sus propias cualidades.Yo sigo pidiendo por ustedes.


                                    Con mucho cariño
                                                                                               Filipina Duchesne,  rscj

1 comentario:

  1. Gracias, Clara, por llevar la voz de Filipina a una nueva generación... a través de la carta, sí...y también a través de una vida comprometida a compartir la belleza del Corazón.

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