Hay encuentros, cenas, fiestas, que tienen el sabor del Reino
de Dios. Estos días he vuelto a saborear la experiencia de
reencuentro con una comunidad entrañable.
Hace más de 20 años hice en Tepic mi noviciado y mis primeros votos.
Y estos hombres y mujeres, que ahora son mis amigos, fueron para mí maestros,
formadores, hermanos. Eran los tiempos
de auge de las Comunidades Eclesiales de Base, una época de entusiasmo y
esperanza, en una Iglesia que percibíamos cálida y abierta. Ellos eran animadores y catequistas, pero sobre todo fueron grandes amigos de la
comunidad del noviciado.
Después de muchos años, tuve la oportunidad de
regresar a Tepic por unos días. Algunos de los amigos más
cercanos organizaron una cena sencilla: café, pan de dulce, tortas… Nos sentamos apretados en torno a una mesita
que me hizo pensar en las primeras Eucaristías.
Cada uno me habló de sus nietos. De los logros de sus hijos: “Vieras
cómo es cariñoso Víctor con su bebé… le hablaba desde que estaba en la panza de
su mamá...” “Jessi se graduó de
sicóloga. Tuvo hasta mención, puros dieces…
Cuando pienso cómo batallaba de chiquita…” “Juanito está estudiando Ciencias Políticas.
Hasta fue a México y lo llevaron a Los Pinos.
Aquí todos los animadores se cooperaron para pagarle el pasaje, ¿tú
crees?” Y pienso en la suerte que tuvieron estos que
ahora son jóvenes de crecer en estas familias que les enseñaron el significado
del amor y de la solidaridad.
Alguien dijo: “Yo creo que esas
son experiencias irrepetibles…” Pero de
alguna manera, al reflexionar en lo que vi y escuché en estos días, pienso que
no es así. Ellos repiten cada día la experiencia del Reino de Dios. Lo viven en su trabajo, en el amor a sus
hijos, en su fidelidad a la Iglesia.
Siguen siendo comunidades que construyen vida en medio de un contexto
que de pronto se volvió violento. Uno de
ellos se está preparando, junto con su esposa,
para ser diácono permanente ahora que se jubile. Otra es encargada de la
tiendita de la secundaria, y desde ahí acompaña y alienta a los adolescentes de
la colonia. Varias son catequistas.
Todos son testigos de la ternura y la fidelidad de Dios.
Al terminar la cena, Pera – la
dueña de la casa – encendió una vela y dimos gracias tomados de la mano. Me
vienen a la mente muchas palabras para ese momento: comunidad, Eucaristía,
volver a Belén con los pastores, fidelidad, encarnación… Y sobre todo: “El Reino de Dios está ya entre ustedes…” (Lc 17, 21)
Clara Malo C. rscj
No hay comentarios:
Publicar un comentario