El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

miércoles, 25 de abril de 2018

Cuando los reyes callan

"Ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán..." (Isaías 52, 15)

La lectura la escuchamos el Viernes Santo. Habla del Siervo de Yahveh, ese personaje misterioso que sufre una muerte horrible. Tanto, que las personas prefieren mirar hacia otro lado, porque se ve tan desfigurado que no parece humano. La lectura de Isaías, leída despacio y con atención, hiela el corazón, porque podemos mirar a Jesús y otros miles de rostros: víctimas de tortura, desaparecidos, asesinados. "Fue arrancado de la tierra de los vivos", dice también.
Desde ese día, ese texto me persigue, porque no está lejos de lo que vemos cada día. Ayer, al leer la noticia de los estudiantes asesinados en Guadalajara, me vi otra vez tratando de entenderlo, de desentrañar su sentido, que es una mezcla de dolor y de esperanza.

La verdad, lo de la esperanza resulta difícil. Vivimos en un país en el que la violencia está normalizada a tal punto que ya perdimos la cuenta de los muertos; en el que el horror ante el nivel de sadismo nos encoge el corazón, pero la conversación se centra en las campañas políticas. En este contexto, ¿qué sentido salvador puede tener una tragedia más? El canto del Siervo dice: "Con sus heridas hemos sido curados". ¿Curados?

Cuando San Marcos nos cuenta la muerte de Jesús en la cruz, añade algo que me impresiona: "Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".  (Marcos 15,39) Es un momento sagrado. El muerto, el torturado, es reconocido como Hijo de Dios por aquél que ayudó a matarlo. Me pregunto qué pasaría si ese momento de revelación lo tuvieran hoy nuevamente tantos otros: sicarios, soldados, policías... Y también los que cerramos los ojos de puro cansancio. Estos, verdaderamente, eran hijos de Dios.

Hoy sólo puedo pedir por sus familias, por sus compañeros, por los que tienen miedo. Pero también por los reyes, gobiernos y autoridades que callan, que ya no dicen nada. Por los que necesitan ojos nuevos para ver a sus víctimas. Por todos nosotros, para que las heridas de tantos inocentes nos curen la resignación, el silencio, la costumbre. Y que, como los amigos de Jesús al tercer día, descubramos el regalo posible de la resurrección.
Clara Malo C. rscj

1 comentario:

  1. Cada quien que de o se calle su comentario, porque esto es como un explosivo dentro de uno, que al menos a mí me ha dejado sin palabras. Lo comparto porque es la realidad y con una petición: ENSEÑARNOS A QUERER A LOS DEMÁS Y QUE NOS QUIERAN, TENEMOS QUE ENSEÑAR EL AMOR.

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