Vivimos en una cultura de la imagen, en la que lo que dicen los otros
tiene un peso enorme. Pareciera que la pregunta que tortura a muchos es esa que
hizo Jesús: “¿Quién dice la gente que soy yo?”
Nos lo preguntamos todos los días al checar nuestro Facebook, nuestra
cuenta de Instagram o Twitter. ¿Cuántos likes
tuve? ¿Quién comentó y qué?
La cuestión es, ¿soy lo que la gente dice de mí? De Jesús, unos decían
que era Juan el Bautista, otros que Elías… Hablaban desde sus marcos, desde lo
que imaginaban, pero ese no era Jesús. Lo que digan los demás no puede definirnos.
La palabra del mejor amigo, el que lo conocía mejor, parecía haber dado
en el clavo: “Tú eres el Mesías…” Pero no, Pedro también hablaba desde sus
fantasías, y terminó convirtiéndose en voz de la tentación, porque su manera de
pensar no era la de Dios.
Jesús toma distancia de todas esas palabras, que en apariencia eran muy
halagadoras: eres un profeta, eres el Ungido… Él sabe que la vida también
traerá sufrimiento, rechazo y muerte. Después de los halagos vendrán las
críticas, los juicios falsos, la cruz. La vida real no es como queremos
pintarla en Instagram.
La seguridad de Jesús viene de una fuente más
honda: Dios está con él. Así que, aunque lo condenen, tiene un defensor.
Independientemente de lo que los demás digan, la única voz importante es la del
Padre.
Clara Malo C, rscj
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