El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Comulgar

Desde hace muchos años me une una amistad especial con Filipina Duchesne, una santa del s. XIX. Este verano se me regaló una oportunidad que no creía posible: visitar personalmente Sugar Creek, la misión potawatomí donde ella vivió el año más feliz de su vida. Fue una peregrinación de dos días a través de las planicies de Misuri y Kansas.

El grupo de asociadas que nos acompañó había preparado una comida deliciosa, que tuvo como punto final unas galletas con la silueta de Filipina. Se veían deliciosas, pero en el contexto en el que estábamos, de pronto me pareció que comerlas como postre era casi una falta de respeto. Claro, también era una tontería guardarla de recuerdo, porque llegaría a México hecha migajas. Había que comerla.

Recuerdo el olor delicioso y la textura de la galleta deshaciéndose en mi boca. Pero también la experiencia, que me sacudió muy profundamente, de sentir que la presencia de Filipina se iba integrando en mi propio ser. En cada migaja, sin necesidad de decir o pensar ni una palabra, iba pidiendo que su pasión, su coherencia, su perseverancia, su amor a los pobres, fuera contagiando mi corazón.

Quién dijera que comer una galleta iba a dar para tanto, sobre todo porque (quién dijera, también),  comulgar en la misa se ha convertido muchas veces en un acto cotidiano. Y ahí se trata de Jesús. Y su presencia es real.

Así que tal vez un regalo extra de Filipina fue recordarme con suavidad que hay un milagro al alcance de la mano: un regalo de comunión e intimidad, de identificación y de fiesta.

2 comentarios:

  1. Esa admiración que tienes hacia Filipina la entiendo perfectamente porque yo la siento hacia Jesús! Gracias por compartir tus aprendizajes y vivencias! Me gozo al leerlas!

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