
Hmmm... ¿y si voy a la Presa? Impensable, nunca hay lugar para estacionarte. ¿Encontrar un café? Nada se veía suficientemente acogedor. ¿Y si mejor regreso a la casa y ya? Pero para entonces serían más de las 9, y empieza el movimiento: teléfono, gente, la presión del trabajo... Ya no queda mucho espacio para la oración.
De pronto me dí cuenta de que lo que estaba haciendo tenía una lógica bastante absurda. Si me estuviera acompañando mi mejor amiga y quisiéramos hablar, ciertamente pensaríamos dónde detenernos para estar a gusto... pero la conversación empezaría ahí, en el coche, en medio del tráfico.
¿Cuál es el mejor momento para hablar con alguien? Cuando esa persona está junto a ti. No necesitas tener un café delante. Ni un té. Ni esperar a llegar a un lugar especial. Todo eso pone un marco que puede ayudar, pero ¿por qué posponer la oportunidad de escuchar, de callar, de compartir? Lo único realmente necesario es estar presentes, y entonces cualquier espacio, cualquier momento, puede volverse memorable.
Di media vuelta y tomé la carretera. El sol de la mañana iluminaba los cerros. Dejé que los colores entraran por mis ojos y me fueran llenando.
Ahhh... la Presencia.
Y sin palabras dije: "¿Cómo ves, Señor? ¿Nos vamos a la casa?"