El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

miércoles, 23 de abril de 2014

La mañana de la resurrección

James Martin, Resurrection morning
Pocas veces me había sentido tan seducida por una imagen. Es de un pintor inglés al que no conocía, pero con el que estoy muy agradecida desde hace varios días, cuando tuve oportunidad de contemplar realmente este cuadro. 
La pintura representa el encuentro de María Magdalena con Jesús la mañana de la resurrección. Pero al mirarla, al sentir que entraba en esa tumba, pensé de cuántas maneras distintas puede interpretarse.
  •          ¿Qué tal si la imagen representa a Jesús, en el momento de ser acogido a la Vida por el Padre?  Jesús liberado, subiendo esos escalones para perderse (y encontrarse) en el abrazo de Dios… ¿Cómo habrá sido ese encuentro? 
  •          ¿Y si fuera Jesús mismo el que viene a buscarnos? Pensemos en un momento de locura en esa imagen preciosa: es la madrugada del domingo, y Jesús prepara el aceite, el perfume, las flores, para venir a vernos.  Él ya sabe lo que es la muerte, pero nos busca desde la Vida. Viene a ponernos de pie, a limpiarnos y sanarnos.   Y ahí, desde la luz, nos grita como a Lázaro: “¡Sal fuera!”. 
  •          Quizás, si estamos muy acostumbrados a la piedra, o no sabemos cómo quitarnos los lienzos y el sudario, entre y nos tome de la mano.  Y como hizo con la hija de Jairo, nos diga suavemente: muchachita… levántate.  Mira, huele el perfume… 

Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente. 
Mira que ya pasó el invierno y la lluvia,
aparecen las flores en la tierra,
llegó el tiempo de las canciones.
Mira la higuera echando fruto
y las viñas que exhalan su fragancia…
Ya no te escondas en la grieta de la roca, 
muéstrame tu rostro, quiero oír tu voz...  (Ct 2, 10-14)

  •  ¿Y si esos lienzos fueran los que nos atan a esta vida cuando estamos ya tan enfermos que sólo esperamos la libertad? Pienso en tantas personas que esperan la visita sorpresiva de Jesús, que viene a preparar sus cuerpos para el final… es decir, para el Abrazo.  Y su llamada tal vez sea la misma: “Levántate... Sal fuera”.  Camina hacia la luz, ven conmigo a conocer al Padre.

Es la mañana de la resurrección. Todo es posible. 

Clara Malo C. rscj

jueves, 17 de abril de 2014

Perfume y catedrales

Hace unos años tuve la oportunidad de quedarme maravillada frente al rosetón de una catedral. Me conmovió profundamente no sólo la belleza, sino también los años y años de paciente esfuerzo de quienes tallaron la piedra para dejar construida una obra sólida, hermosa, un canto a Dios que mereciera el esfuerzo de una vida. Mi pregunta en ese momento fue ¿cuál va a ser mi catedral?  No sé qué me esperaba o imaginaba; he vivido hasta el momento varias experiencias espectaculares, he tenido una suerte increíble y he realizado cosas de las que me siento muy satisfecha. Pero la pregunta quedó ahí.
Vivimos una cultura que nos invita a los "grandes logros". Y es válido el deseo de dejar tras nosotros algo que trascienda y permanezca. La opción clásica es el trío: un libro, un hijo o un árbol. Pero si miramos a Jesús, o a las personas que él señaló como modelos de vida en el Evangelio, vemos un modo muy distinto de dejar huella. 
Pienso en la viuda pobre, la de las dos moneditas. Sabemos de ella porque Jesús la señaló con admiración. ¿Qué hizo de importante? No sabemos nada de su vida, pero Jesús vio lo esencial: "ha dado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir..." (Lucas 21,3)
Esta semana vemos dos gestos que se tocan: el de Jesús lavando los pies y el de María de Betania, ungiendo a Jesús con perfume. El de María es un gesto de puro amor y gratitud por Jesús, el hombre que devolvió la vida a su hermano. Parece una extravagancia, dinero tirado por la ventana. Pero la casa se llenó del olor del perfume... y Jesús se dejó tocar, envolver por ese olor y esa bendición. 
En la cena de Pascua, Jesús hizo lo mismo por sus amigos, y parece que no entendieron muy bien  de qué se trataba eso. Pero Jesús les estaba enseñando el camino de lo importante: gastarnos por amor en tareas que pueden parecer tediosas, pero que son gestos de amor, como el que Él mismo experimentó en Betania. 
¿Cuál va a ser mi catedral? No importa. Da igual si al final de mi vida no escribí un libro, si no queda una placa con mi nombre, si no tuve hijos. O si los árboles que llegué a sembrar fueron cortados. ¿Qué relevancia tiene eso? Mucho, mucho más importante, es la experiencia cotidiana del amor, el olor que quede al final en el aire... 
Clara Malo C. rscj