El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

jueves, 13 de diciembre de 2018

Solo y en la noche


Miro el evangelio y redescubro tu historia, tan llena de contradicciones. Vas a Nazaret y la gente no da un peso por ti. Y pasas por la impotencia; ahí no hubo milagros.

Después, te enteras del asesinato del Bautista, y te llenas de preguntas. Te urgía silencio y distancia, paz. Pero ahí está la gente, reclamándote.
Puedo imaginar tu suspiro interior y tu pregunta al Padre: ¿No necesitábamos un tiempo tú y yo? Yo lo necesito… Pero tienes a la gente delante, y sabes que eso es lo que toca, y que ahí está el Padre, y que incluso tal vez ahí hay alguna respuesta.

Porque ahí el milagro sí se da. Y el hambre se convierte en fiesta, y la escasez, en generosidad.
Imagino a los discípulos nerviosos, emocionados, desconcertados… pero tú sigues necesitando espacio y los mandas en la barca. Y la gente sigue ahí: “bendíscame a mi niño”; “me duele mucho mi pie”; “¿Qué debo hacer si…?” Y sigues tocando, bendiciendo, escuchándolos. “Bueno, ya váyase, que es tarde…”. Otro suspiro largo cuando por fin se fueron todos, y empezaste a subir la vereda, casi adivinándola en el anochecer.


¿Cuáles fueron tus preguntas en el silencio de esa noche? ¿Cómo acomodaste en el corazón tanta vida, tanta muerte, tanto “éxito”, tanto rechazo…? ¿Qué vislumbrabas para el futuro?

Padre… lo que pasó este día me tiene sin palabras. Hoy me dejaste ver, tocar, vivir tu Reino. El banquete del que hablaban los profetas, donde ya no hay llanto, ni quejido, ni niños que vivan pocos días.
Qué lejano parecía hoy el palacio de Herodes, con sus fiestas de violencia, intrigas y sangre. Qué lejos parecería estar la violencia, si no fuera porque el muerto es Juan, y no puedo dejar de preguntarme si yo correré la misma suerte.
Qué distinto lo que pasó hoy a lo que viví en Nazaret, mi propia gente, mi propia familia. No entiendo este misterio: aquí la vida se multiplicó, y allá no pude ni siquiera ser escuchado.
Pero esta es mi misión. Estos son los momentos en los que me sé enviado por ti. Porque yo bendije el pan, pero tú lo multiplicaste. Y mis discípulos lo repartían, pero era como si a través de nosotros estuvieras haciendo llover el maná. Esto es así de grande, así de misterioso.
Ya es de noche. Entre las olas adivino el puntito de la barca…

Y algo pasó en tu corazón, que tuviste la fuerza y el deseo de bajar del monte y volver hasta la playa. Y miraste las olas… y decidiste entrar en ellas.
Tal vez tenías la misma mezcla de sentimientos que después tuviste al entrar en la pasión. El mar encrespado, las olas oscuras… Pero ahí, mar adentro, estaban tus amigos y, una vez más, te ganó la compasión, y la confianza.
Clara Malo C. rscj

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Comulgar

Desde hace muchos años me une una amistad especial con Filipina Duchesne, una santa del s. XIX. Este verano se me regaló una oportunidad que no creía posible: visitar personalmente Sugar Creek, la misión potawatomí donde ella vivió el año más feliz de su vida. Fue una peregrinación de dos días a través de las planicies de Misuri y Kansas.

El grupo de asociadas que nos acompañó había preparado una comida deliciosa, que tuvo como punto final unas galletas con la silueta de Filipina. Se veían deliciosas, pero en el contexto en el que estábamos, de pronto me pareció que comerlas como postre era casi una falta de respeto. Claro, también era una tontería guardarla de recuerdo, porque llegaría a México hecha migajas. Había que comerla.

Recuerdo el olor delicioso y la textura de la galleta deshaciéndose en mi boca. Pero también la experiencia, que me sacudió muy profundamente, de sentir que la presencia de Filipina se iba integrando en mi propio ser. En cada migaja, sin necesidad de decir o pensar ni una palabra, iba pidiendo que su pasión, su coherencia, su perseverancia, su amor a los pobres, fuera contagiando mi corazón.

Quién dijera que comer una galleta iba a dar para tanto, sobre todo porque (quién dijera, también),  comulgar en la misa se ha convertido muchas veces en un acto cotidiano. Y ahí se trata de Jesús. Y su presencia es real.

Así que tal vez un regalo extra de Filipina fue recordarme con suavidad que hay un milagro al alcance de la mano: un regalo de comunión e intimidad, de identificación y de fiesta.