El corazón lleno de nombres

Al final del camino me dirán
- ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres...

Pedro Casaldáliga

jueves, 29 de marzo de 2018

Dios, papas fritas y esperanza

Hace muchos años, una amiga me dijo: "Dios nos habla siempre en el idioma que podemos entender". Sé que a veces la experiencia es la contraria, pareciera que Dios nos habla justo en un idioma incomprensible, pero sí, en la vida he ido confirmando que Dios nos habla, y que de hecho lo hace de acuerdo a nuestra edad, necesidades y referencias. 
No sé si ustedes han vivido experiencias de misión. Y si lo han hecho en el desierto. La verdad, son experiencias que a veces nos llenan el corazón de alegría con los encuentros con los niños, las celebraciones vividas en profundidad...  Pero algunas veces, se necesitan dosis extra de mística ante la realidad de comunidades semi-vacías, o que no responden como quisiéramos. Para chicos de 15 y 16 años, la experiencia de frustración puede ser difícil. Y sin embargo, Dios sale al encuentro de maneras inesperadas. 
Esa tarde, llegamos a un pueblito del desierto. Bonito, la verdad, pero casi vacío. Los misioneros de ese equipo eran especialmente jóvenes: había dos niños de 14, una de 15... Cuando llegamos, nos recibieron con un pliego petitorio: nos pedían llevarles papas, doritos, chocolates... la lista de comida chatarra seguía.  ¿La explicación?  Toda la gente del pueblo había migrado, incluido el dueño de la única tiendita. 

Evidentemente, las papas no eran una necesidad. La familia que los recibió les estaba dando de comer bien. Era un simple antojo, pero que creo que expresaba la necesidad de conexión con su mundo conocido; un mundo en el que se sintieran menos desprotegidos. Esa tarde, nos contaron de su ilusión, sus frustraciones, las dificultades que iban encontrando.  Mientras platicábamos, una de las chicas subió al kiosko de la plaza. De pronto, empezó a dar de gritos: "¡Vengan! ¡Vengan! ¡Miren lo que viene llegando!".  El camión de las papas fritas. Todos corrieron, por supuesto. Yo sonreí mientras los veía elegir, con sus grandes ojos, entre la poquísima variedad que traía el camión.  Estaban felices. 
Cuando lo he contado, no sé cómo explicar por qué ese momento fue el más profundo de esa Semana Santa. Por qué me sigue conmoviendo. Y es que lo que pude tocar ahí es que Dios está en los detalles. Sí, seguramente está preocupado por las guerras, por el destino del mundo, por tanta destrucción que generamos a diario. Hay familias con súplicas de vida o muerte. Y Dios está ahí, escuchando en silencio.  Pero esa tarde, un grupo de chiquillos necesitaba sentirse consolado, y el idioma que podían entender era el de unas papas fritas aparecidas milagrosamente en medio de la nada. Si Dios puede escuchar eso, hacerse presente, encontrar el gesto adecuado... ¿no estará escuchando también a tantos otros? ¿No estará enviando cada día los mensajes necesarios, con tal de que tengamos ojos para ver?

Hoy le pido ojos abiertos para descubrir su presencia, su palabra, ese pequeño guiño que nos dice "aquí estoy".

Clara Malo C.


Los gestos del amor

Desde hace muchos años, mi saludo secreto para el Jueves Santo es "feliz día del amor y la amistad, Señor". Eso es lo que digo internamente, con una sonrisa cómplice.
El 14 de febrero me ha sonado siempre como un día comercial: las tiendas de regalos suben sus ventas, vemos corazones un tanto cursis y se regalan flores y chocolates.  Pero hoy, en la Última Cena, Jesús nos enseña los gestos de amor más auténticos:
  • Arrodillarse para servir. Dejar su lugar en la mesa, renunciar a la comodidad y al privilegio que hubiera podido tener, como "Maestro y Señor". 
  • Lavar los pies de sus amigos, incluso si alguno rechaza el gesto. 
  • Hablar profundo, desde el corazón. Compartir deseos, sueños, temores, proyectos...
  • Permitir que un amigo ponga su cabeza en su hombro, descansando en él sus miedos, sus preguntas...
  • Partir el pan. Y poner en él toda su vida, su persona, recuerdos, experiencias... Parte el pan y enseña cómo vivir la vida: dándolo todo, repartiéndolo todo. 
  • Levantar la copa y brindar, y bendecir a Dios. Y en ese gesto, poner también la determinación de entregar su vida hasta el final. 
  • Dejar ir al que quiso abandonarlo. Al que no creyó en él y en su proyecto. 
No son gestos sólo de esta noche. Son los gestos de una vida, porque eso es lo que fue haciendo muchas veces: servir, hablar desde el corazón, renunciar a privilegios, expresar la ternura sin miedo, partir el pan al mismo tiempo que se dejaba partir el corazón. Bendecir a Dios y ser bendición viva para mucha gente.

Más tarde, el gesto de la amistad será dar la cara sin esconderse. Entregarse y salvar a los otros. Y el amor alcanzará hasta al soldado herido en la oreja. 

"Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos..."  Hoy Jesús se pone a nuestros pies y nos dice: "Ya siéntate. Hoy quiero lavarte, que te refresques y descanses".  Y también nos dice "levántate y haz tú lo mismo".

Gracias por el amor, Señor. Gracias por ser amigo. 
Clara Malo C.