Hace muchos años, una amiga me dijo: "Dios nos habla siempre en el idioma que podemos entender". Sé que a veces la experiencia es la contraria, pareciera que Dios nos habla justo en un idioma incomprensible, pero sí, en la vida he ido confirmando que Dios nos habla, y que de hecho lo hace de acuerdo a nuestra edad, necesidades y referencias.

Esa tarde, llegamos a un pueblito del desierto. Bonito, la verdad, pero casi vacío. Los misioneros de ese equipo eran especialmente jóvenes: había dos niños de 14, una de 15... Cuando llegamos, nos recibieron con un pliego petitorio: nos pedían llevarles papas, doritos, chocolates... la lista de comida chatarra seguía. ¿La explicación? Toda la gente del pueblo había migrado, incluido el dueño de la única tiendita.

Cuando lo he contado, no sé cómo explicar por qué ese momento fue el más profundo de esa Semana Santa. Por qué me sigue conmoviendo. Y es que lo que pude tocar ahí es que Dios está en los detalles. Sí, seguramente está preocupado por las guerras, por el destino del mundo, por tanta destrucción que generamos a diario. Hay familias con súplicas de vida o muerte. Y Dios está ahí, escuchando en silencio. Pero esa tarde, un grupo de chiquillos necesitaba sentirse consolado, y el idioma que podían entender era el de unas papas fritas aparecidas milagrosamente en medio de la nada. Si Dios puede escuchar eso, hacerse presente, encontrar el gesto adecuado... ¿no estará escuchando también a tantos otros? ¿No estará enviando cada día los mensajes necesarios, con tal de que tengamos ojos para ver?
Hoy le pido ojos abiertos para descubrir su presencia, su palabra, ese pequeño guiño que nos dice "aquí estoy".
Hoy le pido ojos abiertos para descubrir su presencia, su palabra, ese pequeño guiño que nos dice "aquí estoy".
Clara Malo C.